La convivencia se
define como "la capacidad que tienen las personas para vivir con otros, bajo
dinámicas de respeto mutuo y de solidaridad, es decir, en un marco afectivo saludable". No es suficiente la existencia de normas y
reglamentos, sino que se debe retomar el camino de los sentidos y significados,
apelar a las emociones, los afectos, un accionar adelantado a los hechos y
generar mejores condiciones en el aula y en los patios. La Escuela reconoce el
valor de la "prevención" más que el de la sanción, y orienta esfuerzos
para articular e integrar a todos los actores de la comunidad escolar para
evitar que los estudiantes desarrollen conductas de riesgo que deriven en violencia,
infracciones a la ley, problemas de salud mental, física y deserción escolar. De
nada sirven los gritos, amenazas, tratos peyorativos, intimidaciones o golpes,
porque ello no mejora los actos de indisciplina sino que los perpetúa. Para
lograr este objetivo, docentes y asistentes debe procurar conversar, entender,
inspirar autoridad moral y buscar soluciones sin perder los estribos ni
involucrarse emocionalmente en el problema, para lo cual necesita mucho sentido
común y reflexión.